#ECONOMÍAPARAMIPRIMA
(Originalmente publicado en El Espectador el 25 de Julio de 2020)
Para ser una buena servidora pública, yo le recomendaría a mi prima identificar las reformas más importantes que tiene el país, hacer un análisis sobre cuáles son las más urgentes y leer lúcidamente el ambiente político para ver qué reforma tiene buena probabilidad de ser exitosa. Le sugeriría enfocarse en la intersección de esas tres cosas, siempre apegada a la razón, el debate democrático y la evidencia científica.
De paso, para mejorar el país, le recomendaría trabajar para eliminar los subsidios que le llegan a gente rica, abrir el país al comercio internacional y liberar el mercado en los sectores específicos que se han logrado hacer con un monopolio gracias al lobby político: taxistas, cajas de compensación y los consejos que expiden las tarjetas profesionales.Con seguridad, quienes disfrutan de esos privilegios preferirían que la gente siga obligada a consumir sus servicios, pero vale la pena llevar la contraria.
Para ganar las elecciones, lastimosamente, resulta más rentable ser un enemigo del consumidor. Por ejemplo, uno podría tomar la vía del Polo Democrático y “proteger”a los taxistas eliminando por ley la competencia de Uber y aplicaciones que le mejoran la vida al ciudadano. Al fin y al cabo, los políticos que legislan para entregar privilegios especiales tienen una fuente asegurada de financiación, votos y protagonismo.
También podría ser como el Centro Democrático y acatar la idea del representante a la Cámara Christian Garcés, que propone, en la peor pandemia de la historia reciente, limitar las importaciones de tapabocas para “proteger la industria nacional”. ¿Y los consumidores nacionales? Que se jodan, ellos no financian campañas.
Una propuesta así en plena pandemia, que encarece los tapabocas y reduce su cantidad disponible, es un crimen contra la humanidad. Aunque, muy seguramente, esto alegre a los empresarios que lo financian y que estarían encantados de cobrarle precios más altos a la gente por intentar protegerse del virus más peligroso del último siglo. Uno podría calcular cómo los precios más altos reducen la cantidad de tapabocas y cuántas personas se mueren porque estos se usen menos. Claro está, por supuesto, que los políticos están más interesados en el show mediático que en las consecuencias mortales de sus delirios proteccionistas.
Si no se está en ninguno de esos dos extremos (que se unen para legislar en contra del consumidor), siempre está disponible el Partido “Liberal” (y de paso el Conservador) para proponer limitar las importaciones de ropa con aranceles y hacer que el colombiano más pobre tenga que gastar hasta un 25% más para poderles comprar la ropa a sus hijos.
Ganan unos pocos, que se quedan sin la competencia que los presiona a tener buenos productos y servicios a buenos precios. Estos pocos que ganan financian a los políticos que entran al Congreso, y estos llegan al Congreso a aumentarles los privilegios. Mientras tanto el consumidor, pagando impuestos, ineficiencias en malos servicios y productos caros, no tiene la influencia política para financiarse su propio congresista y termina llevando del bulto.
¿Y los congresistas? Sin sonrojarse, dicen que están “apoyando la industria nacional”.
Si el único propósito de mi prima fuese ganar las elecciones, tal vez ese sería el camino. Entregarles beneficios a unos pocos que están muy pendientes, listos para marchar, financiar y chantajear, mientras se tritura el bienestar de millones silenciosos que están muy ocupados trabajando para hacerse unos pesos y pagar sus obligaciones crecientes.
Por fortuna, mi prima tiene más propósitos en la vida que ganarse una elección, en eso se diferencia de los políticos proteccionistas colombianos.