#ECONOMÍAPARAMIPRIMA
(Tomado de El Espectador el dia 24 de julio de 2021)
Esteban Jaramillo era abogado de profesión, pero fue más economista que cualquiera. En 1925, en su libro Hacienda pública, reflexionaba sobre las razones morales alrededor del recaudo de impuestos antes de salir a cobrárselos a la gente, una práctica un poco olvidada hoy. Un poco más de 95 años después, en 2021, en vez de discutir las razones morales de quién tiene que poner, cuánto y para qué, muchos opinadores solo aciertan en pontificar de impuestos desde el pedestal moral.
Un par de candidatos al Congreso se autoproclamaron los abanderados de las personas con hambre y se opusieron ferozmente a la primera reforma tributaria. Curioso, a lo menos, porque esos mismos candidatos abandonaron repentinamente la furia en esta segunda reforma tributaria, que es mucho menos eficaz en reducir el hambre: mientras en la primera propuesta el decil “más pobre de Colombia” aumentaba su poder adquisitivo en un 68%, en la segunda solo lo hace un 27%. La defensa de las personas con hambre no era una discusión sobre principios morales, sino una excusa moralista para la cacería electoral.
Otros denunciaron los beneficios “exagerados” que estaban recibiendo las empresas al pagar una menor tarifa de renta y lograron incluir aumentos todavía más fuertes en la segunda reforma tributaria. Lo raro es que ellos, al mismo tiempo, se hacían llamar defensores de la clase media y llama aún más la atención porque los impuestos empresariales se traducen en mayores precios, menores salarios y menos ganancias, y por supuesto, es la clase media la que consume, compone la mayoría del empleo y recibe ingresos de microempresas. Más que una población a defender, usan la clase media para sus fines políticos.
Está claro que la primera reforma tributaria fue impopular y demasiado ambiciosa. Tuvo mala comunicación y una peor estrategia política, como es frecuente en este gobierno. Todos teníamos claro que no iba a pasar intacta, pero es innegable que era un buen punto de partida para tener una discusión de fondo sobre los impuestos que queremos para el país, los principios morales que queremos honrar y el diseño técnico que se debe tener en cuenta. Es toda una lástima que no se haya podido ni discutir.
El mismo Esteban Jaramillo puede servir de ejemplo. En la segunda década del siglo pasado, Colombia apenas estaba empezando a consolidar los impuestos a las personas. Antes de eso, el Estado vivía de monopolios rentísticos, donaciones y botines de guerra. Esteban dio el debate con honestidad intelectual en una época cuando no abundaban muchos economistas en Colombia, tampoco mayores fuentes de datos o instituciones técnicas que facilitaran la toma de decisiones.
Cuando él hablaba de impuestos recordaba que la discusión de los tributos venía desde el mismo Jesucristo cuando decía: “Dad a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar”. También señalaba que el contribuyente antiguo decía que “se pagan impuestos para que el rey viva” y que el moderno tributario “paga impuestos para que viva el Estado”. De los diferentes conceptos filosóficos que tenía a la mano, Esteban Jaramillo tomó el de Adam Smith, donde decía que los impuestos sirven para financiar “los gastos para la defensa de la sociedad, para mantener la dignidad del jefe de Estado, para la administración de Justicia, para la educación del pueblo y para las vías de comunicación”.
Las herramientas que hoy tenemos a la mano para la discusión son mucho más sofisticadas. Además de datos y estadísticas, tenemos suficientes marcos conceptuales para tener una discusión razonable sobre qué tanto deben pagar los ricos, la clase alta y la clase media para obtener a cambio algunos recursos del Estado. El nivel de la conversación profunda y dura sobre cuestiones morales de los impuestos puede ser mucho mejor, pero para eso lo primero es centrarnos más en la calidad de los argumentos que en el tamaño del pedestal moral de los opinadores neoindignados.
@tinojaramillo
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