#ECONOMÍAPARAMIPRIMA
(Tomado de El Espectador el día 13 de noviembre de 2020)
Buena parte de la historia económica en Colombia se puede explicar sin entrar a los archivos históricos de prensa y sin pasar a una hoja de Excel las cuentas nacionales del siglo pasado. Para entender esta parte de nuestra economía basta con abrir de vez en cuando las páginas de cualquier periódico.
A veces son los cafeteros, que nos dicen que la calle está dura (o el precio internacional, en este caso) y que quieren que el contribuyente colombiano les regale una platica. Cuando los precios del café están mal, presionan al gobierno para que nos obligue a todos nosotros a financiarlos; cuando están bien, como hoy, ganan ellos. Con cara ganan ellos, con sello perdemos los contribuyentes.
Este ha sido el modus operandi de los grupos de interés durante varios siglos en Colombia. Mientras una parte del país se levanta todos los días a trabajar, a servir a sus clientes, a encontrar oportunidades de negocio y tratar de hacerse una mejor vida ayudando a otros; otra parte se levanta a hacer lobby con garrote, campañas en medios o paros para vivir a costa de los primeros.
Así lo han hecho los cafeteros, camioneros, arroceros y los ingenios azucareros, los industriales, los textileros e incluso los bancos. Los mecanismos suelen ser diferentes: a veces piden subsidios, a veces controles de precios; otras veces restricción a la competencia tecnológica (como los taxis) o a la internacional. También hay veces que, en un ejercicio de innovación burocrática, combinan todas las anteriores con un disfraz muy pintoresco de “fondo de estabilización” y se salen con la suya.
El dilema de hoy se debe a una baja en precios de la papa debido a una sobreoferta. Para la gran mayoría de colombianos esto es una excelente noticia. La comida más barata les permite a millones de colombianos tener un poco más que comer. A otro puñado de millones, a tener un poco más de dinero para mejorar la casa, comprar su primer televisor o pagarles la educación a sus hijos. Los precios bajos también benefician a miles de dueños de pequeños restaurantes que ahora pueden vender más papas fritas con tocineta, añadir un producto más a su menú o aumentar la calidad de sus platos.
También ganan los millones de consumidores. La familia estrato dos que ve la promoción y puede por fin darse el gusto de ir a un restaurante, el oficinista que puede abandonar “la coca” del almuerzo un viernes para almorzar por fuera o la madre de familia que puede comprar más carne a sus hijos porque ahora tiene un poco más de dinero disponible.
Así ha funciona el progreso: hace un par de siglos todo el mundo debía trabajar en agricultura para subsistir, hoy un pequeño porcentaje de la población es suficiente para alimentarnos a todos.
—Espera, primo —me interrumpió mi prima de diez años—, ¿y todos esos trabajos?, ¿a dónde va a parar toda esa gente que deja de producir alimentos?
—Buen punto –le dije–. Algunos van y producen otro alimento, otros migran a la ciudad y encuentran mejores oportunidades. Otros empiezan a vender accesorios celulares, montan una tienda de barrio o deciden cursar una carrera técnica. Al fin y al cabo la sociedad, debido a la baja de precios, tiene más dinero para gastar en otras cosas.
—Pero cómo van a hacer eso, ¡son personas pobres! —me protestó.
—Así es, prima, pero el Estado ya tiene mecanismos para ayudar a los pobres. El Sisbén, por ejemplo, nos sirve para eso. La idea es que los subsidios lleguen a quienes más los necesitan, independientemente de si estos cultivan papa, café o se dedican a otro sector que no chantajea al gobierno para hacerse con privilegios especiales.
—¡Ah!, entiendo. Se trata es proteger a las personas y no los empleos, que siempre cambian en la economía.
Mi prima de diez años lo entendió todo. Con la mala idea de restringir el comercio internacional de alimentos, ganan unos pocos que se ven, pues presionan al gobierno, piden privilegios y figuran en reportajes de la revista Semana, pero pierden millones que no se ven y se beneficiarían de la prosperidad que trae el comercio que los primeros quieren restringir.
La campaña en redes de hoy nos pide ser “buena papa”, uno definitivamente no es “buena papa” cuando obliga a millones de personas a tener comida más cara para darle privilegios a un puñado de personas.
@tinojaramillo
Economiaparamiprima.com