Por: Martin Jaramillo
Seguro tenemos pánico. No son pocos los estudios que existen sobre el impacto que tiene una recesión sobre la salud mental de las personas, sus decisiones de vida y su felicidad, ya sabemos que no es fácil para la especie ver poco más que rojos en su aplicación de inversiones.

Bolsa de Valores de Colombia
Lo novedoso hoy en día es que la recesión a la que le tememos no nos llega tras un periodo de tasas de interés altas y un boom en la economía, sino a raíz de una pandemia global que coge al mundo con una deuda en niveles históricos.
Y el miedo no es injustificado, la pandemia de 1918, la última de esta magnitud, se llevó la vida de 50 millones de personas; el 2,5% de la población mundial.
A números de hoy, el 2.5% equivaldría a unas 175 millones de muertes en el mundo: 3.5 veces más muertos de los de entonces. Una pandemia que solo la comparabamos con la peste negra del siglo XIV.
Sin ser injustificado, es importante tener contexto sobre el miedo que tenemos, el mundo en el que vivimos y los debates que estamos dando. Esa pandemia se dio en una época donde no existía un “sistema” de salud, no teníamos como diagnosticarlo, no había drogas antivirales y tampoco antibióticos. Si acaso, sabíamos mentarle la madre al cielo y maldecir los dioses.
En la batalla a muerte entre los doctores y los patógenos, los héroes profesionales de la salud van ganando su batalla con el análisis científico a pesar de las infinitas mutaciones ciegas que puedan tener los virus. La ilustración que aboga por la racionalidad científica y el liberalismo, tal y como la llama Steven Pinker, parece estar ganando la batalla.
Hoy en día las cosas son diferentes. Al mundo le tomó unas dos semanas para identificar la secuencia del genoma del coronavirus y desarrollar una prueba para identificarla. Se han escrito unos 300 artículos científicos, se han consolidado y organizado bases de datos no solo nacionales, sino globales. Tenemos acceso a las gráficas, tendencias y lecciones de todos los países del mundo en cuestión de horas: en las pandemias pasadas este acceso podía tomar años (acá mi fuente favorita). El mundo de hoy es completamente distinto.
II.
Hoy llamé a una vieja amiga, me decía que ahora la pandemia es peor porque el mundo es globalizado y nos podemos contagiar más fácil. Parece tener razón, al fin y al cabo, en poco más de un mes pasamos de tener un virus dando su primer paso en un humano alrededor de la provincia Hubei en China a tener 120,000 casos alrededor del mundo. Nada de esto hubiese sido posible sin el mundo globalizado de hoy.
Pero su análisis peca por una razón muy simple, como decía el historiador Yuval Noah Harari “la mejor defensa que los humanos tienen contra los patógenos no es el aislamiento, sino la información”.
Las epidemias existen desde la edad media y tenían efectos devastadores cuando el mundo era todo menos globalizado. Cuenta Harari que Francisco de Eguía llegó a México con viruela en 1520 y, en una época donde no habían ni buses ni caballos, desató una epidemia que mató casi una tercera parte de la población en centroamérica.
La diferencia entre la batalla perdida de 1520 y la ganada de 1979 cuando la Organización Mundial de la Salud declaró su erradicación no se debe al distanciamiento social sino a la información. Más claro no puede ser que hoy debemos distanciarnos socialmente para prevenir el contagio masivo que, como vimos en las simulaciones del Washington Post, es aterrador.

/ The Economist
Pero también queda claro que la batalla final la ganaremos con ciencia, el aislamiento apenas nos ayudará a estar vivos cuando pase. Si volamos los sistemas de salud asistiendo a marchas, restaurantes o eventos religiosos (como pretenden algunos pastores y sacerdotes), tendremos más muertos, crisis y barbarie que nunca. Ahí sí que servirá de poco la oración.
III.
Según el último paper del Imperial College of London al respecto, las medidas tomadas por el gobierno británico podrían reducir la cantidad de muertes de 260,000 a un par de miles o decenas de miles. Probando, de nuevo, de la infinita importancia en este momento de distanciarnos físicamente, mantener en casa a infectados del vírus y tener cuarentena cuando toca.
Los autores también confirman que estas medidas se deben mantener hasta que se encuentre la vacuna, que según expertos puede durar hasta 18 meses.
Es difícil para mí, como economista, creer que es posible económicamente y socialmente vivir en este ritmo los próximos 18 meses. Una recesión mundial, según muestran los estudios, podría duplicar el número de fatalidades solamente a través de suicidios y muertes debido a la pobreza.
Nos toca abrocharnos los cinturones para recibir el impacto porque el panorama no está para nada alentador. Estamos en una batalla contra un enemigo que casi habíamos olvidado: los avances científicos ya nos permitían hablar más sobre carros y el Rock&Roll.

Permite ver la cantidad de veces que se ha escrito una palabra en los libros de la época.
En el 1800, nuestros libros hablaban casi unas 10 veces más (en términos relativos) sobre las epidemias de lo que lo hacen hoy en día. Seguro volverá y en la literatura volveremos a hablar de epidemias, hasta que en el futuro lo olvidaremos de nuevo, pero no sin antes ganar la batalla.
El individualismo, anarquismo o nacionalismo nos pueden resultar muy caros a la hora de enfrentar la pandemia. Por ahora dependemos de las autoridades, los expertos científicos y de la cooperación internacional. Si queremos salir adelante, nuestros líderes deberán tomar decisiones difíciles. Por eso es tan importante respetar las instituciones, actuar colectivamente (para lo que se requiere unidad) y abandonar la politiquería (adivinen quién está haciendo exactamente lo contrario).
Podemos lograrlo. La humanidad saldrá de esta crisis más fuerte que nunca, pero dependemos de la razón, de la acción colectiva y de nuestro personal médico. De la ciencia, la calidad del debate y las instituciones. Por eso debemos protegerlos.