(Originalmente publicado en el periódico La Patria el Martes, Enero 16,
2018)
Pareciera por los acontecimientos mundiales del Brexit, Trump y el mismo plebiscito en nuestro país que no sólo estamos divididos en ideales, sino también entre generaciones.
Por allá la juventud, predominantemente liberal, ambientalista y feminista. Abierta a cambios, que exige derechos de minorías LGBT y de otras razas. Juventud izquierdista y pacifista; cuyas buenas intenciones solo son comparables con la incapacidad de someter y comprobar sus ideas con el rigor de la ciencia y la realidad.
Por el otro lado está la generación adulta, predominantemente conservadora. En mayoría votaron NO al plebiscito y a favor de Trump y el Brexit. Una generación que ha vivido lo suficiente para presenciar el detrimento de los países que han puesto a la izquierda en el poder. Sus ideas son usualmente mejor documentadas y aunque son a veces algo toscas, son usualmente más realistas que las de la juventud.
El panorama económico en Colombia, con la juventud respaldando insensatos como Petro y Robledo, reensambla muy bien una frase que se le atribuye a Churchill: “El hombre que NO es socialista a sus 20 años no tiene corazón. El que todavía es socialista a sus 40, no tiene cerebro”. Lo grave es que la izquierda convenció a muchos, tanto para llegar a la Alcaldía de Bogotá, pero nada es tan peligroso como su discurso ignorante que posa de ambientalista.
Ahora resulta que el debate sobre la minería no es un debate técnico entre expertos. Tampoco es un análisis cuidadoso de los beneficios que recibirá el país en un lado y el posible daño ambiental en el otro (más el plan de cómo evitar el daño). No, eso no dice la izquierda. La izquierda ha hecho de el debate un populismo electoral que se resume en escoger entre el agua y el oro, como si no fuera posible tener ambas. No parece entender Petro que es posible, ¡que ya se ha hecho! Tampoco entiende que es absolutamente necesario, pues gústele o no somos un país cuya economía depende, hasta ahora, de los recursos naturales.
Ese populismo de decirle no a la minería nos costó al país recientemente la bobada de 226,000 millones de pesos en regalías, a pesar del hecho de que El Estado es legalmente dueño del subsuelo. Se nos van los recursos, los empleos y todo el bienestar que traerían. La juventud de las ciencias sociales parece no tener dimensión de cuánto es esto y lo que representa; a cuantos podría educar, cuanta salud y cuanto alivio de pobreza.
Lo grave es que los autodenominados ambientalistas no conocen ni proponen plan alguno para evitar lo que sucede siempre. Se dice no a la minería legal entonces viene la ilegal; de allí se financian los grupos guerrilleros y debido a su ilegalidad no se explota de forma sostenible y ecológica sino abusiva con el ambiente, empleando niños y utilizando la violencia. En nombre del ambientalismo y buenas intenciones la izquierda promueve políticas que tienen el efecto de dañar los ecosistemas irreparablemente.
Nuestros viejos conservadores podrán haberse equivocado con Trump, Brexit y el mismo plebiscito, pero esta vez tienen razón.
Martin Jaramillo
Economista
Esta columna la escribí recordando a mi tío Gonzalo Villegas. Te recuerdo siempre, tío.
